“El arte contemporaneo consiste en una vida consciente y organizada, capaz de ver y construir. Toda persona que haya organizado su vida, su trabajo y a sí misma es un artista.”























martes, 29 de marzo de 2011

RESUMEN UNIDAD 1

La estética es la rama de la filosofía que se ocupa de analizar los conceptos y resolver los problemas que se plantean cuando contemplamos objetos estéticos.

La estética ha estado siempre fusionada con la reflexión filosófica, con la crítica literaria o con la historia del arte.

La estética se formula en las cuestiones típicamente filosóficas de ¿Qué quiere usted decir? y ¿Cómo conoce usted?, dentro del campo estético, al igual que la filosofía de la ciencia se plantea esas mismas cuestiones en el campo científico.


Preguntas tales como ¿Qué es lo que hace bellas a las cosas?, o ¿Qué relación hay entre las obras de arte y la naturaleza? y otras cuestiones específicas de la filosofía del arte, son cuestiones estéticas.

La actitud estética, o la forma estética de contemplar el mundo, son colectivamente contrapuestas a la actitud práctica, que sólo se interesa por la utilidad del objeto en cuestión.

La capacidad analítica puede casualmente incrementar la experiencia estética, pero también puede ahogarla.

Quienes se interesan por el arte en razón de algún objetivo profesional o técnico, están particularmente expuestos a distanciarse de la forma de contemplación estética propia del que se mueve por intereses cognitivos.

Esta actitud supone una implicación personal, es una actitud personalizada, y la personalización inhabilita cualquier respuesta estética que el espectador pudiera haber tenido en otro caso. Al contemplar algo estéticamente, respondemos al objeto estético y a lo que puede ofrecernos, no a su relación con nuestra propia vida.

En el siglo XIX, especialmente en la estética alemana y lo que ha sido denominado como La Odisea del ser, aparecen tres figuras fundamentales para el desarrollo motor de la estética. Hegel, Fichte y Shelling, parten sin lugar a dudas de una posición kantiana.


Hegel emprende de forma acérrima, una lucha en contra del dualismo kantiano entre sensibilidad y conocimiento y sostiene que por el contrario el arte es un ―ambiente‖ entre ambos. El arte es para Hegel un elemento capital para la cultura y su desarrollo. Según él, el arte se define por la Idea, es la manifestación o la apariencia sensible de la Idea: es la Idea platónica, el modelo encarnado en la cosa particular.

Se han empleado otros términos para definir la actitud estética. El desprendimiento por ejemplo, hace referencia a no sentirse identificado personalmente con el objeto estético.

El término desinteresado, se usa también mucho para describir la actitud estética, se manifiesta cuando es imparcial.

Es bello, según Kant lo que complace universalmente sin concepto.

La atención estética se sitúa hacia el objeto fenoménico, no hacia el objeto físico.

Dentro del campo de los sentidos, no han faltado intentos de reducir el área de la atención estética por medio de la modalidad sensorial; sobre todo, de incluir la vista y el oído como aceptables, y de excluir el olfato, el gusto y el tacto como inaceptables para la atención estética.

¿Qué razón podría darse para negar que el placer del olfato, el gusto y el tacto sea estético? ¿Acaso el placer de la olfacción de una rosa o de la degustación de un vino no es estético?

En este campo, nos referimos a un orden fenomenal más que físico, porque hay correlatos físicos exactos para los olores experimentados, como los hay también para los sonidos (tono, volumen, timbre) y los colores (matiz, saturación, claridad). Pero si no pueden hacerse distinciones precisas entre estos datos sensoriales en el caso del olfato y el gusto, son inútiles para el uso de los perceptores humanos, aunque exista un orden exacto de correlatos físicos igual para todos ellos.

Además se ha sostenido que no hay una actitud propiamente estética, a menos que se la defina simplemente como prestar cuidadosa atención» a la obra de arte en cuestión. No se da ninguna atención especial a objetos susceptibles de ser llamados estéticos; sólo se da el hecho de «prestar cuidadosa atención a las cualidades del objeto», en contraste con el hecho opuesto.
El hombre no puede salirse totalmente de la naturaleza, ni objetiva ni subjetivamente. Objetivamente, porque el campo decisivo de su actividad social es siempre necesariamente el intercambio de la sociedad con la naturaleza.

La distinción entre contemplar estética y no estéticamente resulta ser, en rigor, una distinción motivacional no perceptiva.
Por mucho que someta la naturaleza a sus finalidades y por mucho que la domine, ese dominio mismo pone la insuperabilidad de la naturaleza como objeto de la práctica del hombre. Subjetivamente, porque por muy socializado que esté el hombre, biológicamente tiene que existir siempre como ser de la naturaleza.

La serie histórica, aparentemente asombrosa, de mimesis sin mundo, ornamentística sin mundo y arte creador de mundo se aclara en cuanto que se tiene en cuenta que sólo gracias a la universalidad del trabajo en la sociedad el ritmo, por ejemplo (pero también la simetría o la proporción), cobra un poder capaz de penetrar todas las manifestaciones vitales. Por último, la creciente universalidad del trabajo crea la posibilidad real de reproducir míticamente las objetividades y las relaciones también según un orden rítmico, reguladas por la simetría y la proporción.

A partir de un determinado nivel cultural, los hombres empiezan a vivir placenteramente concretos espacios poblados por objetos como un entorno natural, permanente; son espacios ante cuya dominación visual tenía que resultar impotente, como expresión evocadora, la geometría, por ornamental que se hubiera hecho. Esta situación se presenta aún más acusadamente cuando se piensa que, para la actividad de la fantasía, todos esos templos, palacios, jardines, están rebosantes de recuerdos míticos de héroes, dioses, semidioses, etc., y que los datos de sus vidas y hazañas relacionados con dichos lugares son parte del efecto producido,

La verdad de lo estético hace del autoconocimiento y del conocimiento del mundo un movimiento circular: el recto impulso del ¡Conócete a ti mismo! lleva al hombre al mundo, a conocer a sus semejantes, la sociedad en que obra, la naturaleza, el campo de acción y la base de su actividad.

La contemplación artística de la realidad, el presupuesto de toda mímesis auténtica, quiere contemplar todo objeto tal como es realmente, tal como aparece necesariamente en la conexión concreta dada, tal como, intensificadamente, lo lleva a intuición el medio homogéneo, o sea, completamente nuevo, como desde el principio, como si no hubieran existido nunca una representación de ese objeto, una opinión sobre él, etc.

La identidad de lo bello y lo verdadero es realmente el sentido inmediato de la pura vivencia estética, y, por ello, tema eterno de toda reflexión sobre el arte.

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